E D I T O R I A L
Nueva época
El suceso del cónclave  y la elección del cardenal Bergoglio como el nuevo Papa Francisco ha traído grandes expectativas sobre lo que pudiera ser su pontificado. Algunos lo ven con buenos ojos, comentan que es quien necesitaba la Iglesia actual, otros dicen que habría que esperar cómo se va desarrollando para dar una opinión más veraz. Lo cierto es que se toma como una nueva época dentro de la Iglesia. Esto nos puede llevar a la reflexión de nuestra existencia. Cabría preguntar si ¿es necesario esperar a grandes acontecimientos (funestos o agradables), donde estemos acorralados y no haya “para dónde correr” para que hagamos un cambio de dirección en nuestro camino, para que llegue a nosotros una renovación y quitar lo que deba desaparecer? Ciertamente que no. Cada vez que despertamos a un nuevo día es la oportunidad que pueda instalarse una mejor época en nosotros.
I N T E R – N O S
Buen inicio
Una vez terminada la ceremonia de presentación al mundo del Papa Francisco y ya dispuesto a regresar a descansar a la Casa Santa Martha, el Pontífice declinó en utilizar el auto oficial y mejor tomó el autobús que transportó a los demás cardenales.
Buen inicio
El Papa Francisco fue a cubrir la deuda que había adquirido por la estancia en la casa sacerdotal que lo había hospedado en los días previos. Como era de esperarse, no lo querían aceptar, pero les respondió: “Es lo justo”.
Buen inicio
Durante la cena con los cardenales no se sentó en la silla papal, sino que compartió en la mesa común, saliéndose de los protocolos que se siguen aún cuando se realizan actividades fuera del ojo público.
Lo que bien inicia bien debe terminar
En rueda de prensa, Federico Lombardi, vocero oficial, dijo que la elección del nuevo Papa “Es un llamado al servicio y no una búsqueda de poder y autoridad”. Así lo ha mostrado y lo espera la comunidad. Ya pensamos en el final de este pontificado pero ojalá finalice como lo emprende.

¡Yo Francisco!
POR CONSEJO EDITORIAL CONCILIO
          Mis sorpresas no dejan de cuestionarme. Aún recuerdo aquel lunes estremecedor cuando, al levantarme, escuché por las noticias que Benedicto XVI había renunciado a la Sede de Pedro. ¡De qué manera contener la tristeza que me causó este hecho! Sobre todo por el cariño que le tengo, dada nuestra experiencia en el último Cónclave. Mi impresión fue tal, que lo primero que hice fue inclinar mi rostro y pedirle al Buen Pastor que no dejara de conducir su Iglesia. Después me fue notificado que debía conducirme a la ciudad eterna para ejercer mi ministerio como cardenal elector. Desde ese instante no dejé de confiar en Dios. Sabía, como siempre he sabido, que la Iglesia es de Él, y que es Él mismo quien la conduce por los caminos que cree conveniente. Alisté mis cosas y me dirigí a Roma, donde saludé a mis hermanos cardenales. Por cierto, visité a un viejo camarada mexicano y juntos, el sábado previo al Cónclave, comimos en el ambiente cálido y fraterno del diálogo y la buena amistad.
Mi corazón no dejaba de arder en súplicas, por mi mente pasaban aquellos pasajes evangélicos tan bellos, imposible no recordar al Pedro temeroso que cae en el río y que tiembla ante una indefensa mujer en aquel patio la noche más triste y dolorosa de Jesús. Y así, poco a poco, corrían las horas en la intemperancia del clima en esta bella y emblemática ciudad. Eran incontables los periodistas que se acercaban a preguntar sobre nuestra decisión, me llenaba de admiración por mis hermanos del colegio que aparecían en las listas de “papables” y sentía por ellos un profundo respeto, pues en ellos reconozco unos hombres valerosos y trabajadores; en verdad ellos, con sus cualidades, dones y carismas están a la altura de las exigencias de nuestro tiempo.
Por fin se acercó el momento del Cónclave. Se respiraba premura al interior de la Capilla Sixtina. Cómo olvidar esa sensación que recorrió mi ser al juramentar; era la segunda vez que hacía algo igual. Tomé mi lugar y, después de las oraciones de la tarde, empezó la votación. No cesaba mi corazón de gritar al cielo el auxilio del Espíritu Santo para que nos iluminara y nuestros oídos no fueran sordos a la voz del Señor. Así pasaron las cuatro votaciones hasta que ese martes, en la quinta votación, escuché mi nombre. En ese momento sentí que la silla sobre la que descansaba mi cuerpo era enorme, creía perderme entre ella, mi corazón latía con mayor fuerza, mis manos, pies y estómago con una sensación de frío, mis piernas no tenían la fuerza de sostenerme; sí, estaba muy nervioso. Me fue imposible no recordar aquel día a mis veintiún años cuando escuché la voz de Dios, quien ha sido muy bueno conmigo, y decidí entrar en la Compañía de Jesús. A mi mente vinieron innumerables pensamientos, recuerdos e ideas. Me serenó pensar en aquel Francisco, repasé instantáneamente su vida; en verdad lo admiro, porque él escuchó la Voz. Todo pasó tan rápido que no podía realmente contener las lágrimas. Señor ¿por qué a mí?, ¿cuál es tu plan Señor?, ¿a dónde quieres conducirnos? Y pronto la sotana, el lema, el escudo, las costuras… entre la alegría de mis hermanos cardenales y la expectativa del mundo que miraba esa ventana, la gran ventana.
Inmediatamente encendió la luz y algunos minutos después fue anunciado el nombre que elegí. Salió la procesión y ahí estaba yo. Lleno de temor salí, al ver la Plaza abarrotada, era absurdo no acordarme de mi gente en Argentina, de esos hombres que luchan contra la pobreza en medio de los vicios, de esas mujeres que dan todo de sí, como mi madre, en el hogar por sus hijos, de los niños que no tienen los medios para enfrentarse a la vida, de los estudiantes, de mis hermanos sacerdotes jóvenes y de aquellos ancianos enfermos con quienes incluso pasé algunas noches, de esos jóvenes que, aún ante la adversidad del presente, se forman en los seminarios. Recordé mi gente, mi pueblo, mi diócesis, a los pobres, los presos y a todos aquellos que sufren. Y aquí estoy, Señor, en este Asís y en este San Damián. Señor, no sé si me acostumbraré a esto. Tú conoces mi forma de vivir. Por eso, con la paciencia de Francisco de Borja, con la humildad y sencillez de Francisco de Asís, con la dulzura de Francisco de Sales, con la penitencia del Francisco de Paula, con el espíritu misionero de Francisco Javier: ¡haz de mí un instrumento de tu paz que lleve tu esperanza por doquier!

 Recordé mi gente, mi pueblo, mi diócesis, a los pobres, los presos y a todos aquellos que sufren.
Habemus papam

POR JUAN PABLO ROJAS TEXON

Annuntio vobis gaudium magnum; Habemus Papam” (Os anuncio un gran gozo: ¡Tenemos Papa!), son las primeras palabras –rebosantes de sonoridad y por sí mismas reveladoras– a través de la cuales la Santa Sede, en medio de un júbilo inabarcable como si de un mar inmenso y sin orillas se tratara, comparte con los fieles la esplendorosa noticia de tener un Sumo Pontífice y Pastor Supremo de la Iglesia Católica.
Desde entonces el Papa (Petri Apostoli Potestatem Accipiens: “El que recibe la autoridad del apóstol Pedro”) es el timón que ha de marcar el rumbo siempre firme de la barca de la fe aún entre las mareas más sombrías e insondables y bajo los climas más violentos y tempestuosos, afianzado siempre de la misericordia de Dios nuestro Señor y de la gracia inspiradora del Espíritu Santo.
Hoy la fumata blanca se ha decantado, como por designio divino, a favor de Jorge Mario Bergoglio, encomendándole así la cruz de Cristo; sin duda, el más hermoso y sagrado privilegio para un hombre cuya vida está consagrada a Dios, pero a la vez un compromiso difícil de sobrellevar, una responsabilidad que sólo puede asumirse a plenitud con la entrega absoluta de la propia vida.
Sin embargo, un jesuita austero como él, considerado un conservador en cuanto a doctrina católica se refiere y progresista en materia social, y en quien la prensa argentina vio en su momento al “verdadero representante de la oposición”; en suma, “un personaje enigmático, fascinante y polémico”, tal cual le define la periodista Olga Wornat (Le monde, “L’ascension fulgurante d’un austère jésuite argentin”, 14.03.2013), lleva consigo un testimonio coherente que da certeza a su vida y a sus ideales, lo cual no puede sino hacer más sólido el hombro que ha sido dispuesto para apuntalar a nuestra madre Iglesia.
Una de sus más esenciales faenas será la de seguir trabajando, como lo indican de manera reverberante las palabras de san Juan (6, 27), no “por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para vida eterna”; sobre todo en un mundo determinado a todas luces por cosas que, si nos detuviéramos un momento a estudiar con sano juicio, deberíamos simplemente desechar para centrarnos en lo que hay de más valioso en cada uno de nosotros: el amor, que nunca puede faltar, pues si faltara nada seríamos.
Asimismo, será preciso hacer hincapié en eso que el feligrés que es nuestro hermano pide tanto a gritos desde el silencio de su corazón: redescubrir la senda de la fe con no otro afán que el de hacer brillar de forma cada vez más intensa el regocijo y el enardecimiento reiterado del encuentro con Jesús.
Mucho podrá sorprender quizás la decisión de este Cónclave (cum clavis: “bajo llave”) al votar por mayoría, por vez primera en los más de dos mil años de historia católica, a un cardenal latinoamericano y miembro de la Compañía de Jesús, mas si prestamos oídos atentos a unas bellas palabras que Benedicto XVI nos ha dejado escritas en su Carta Apostólica “Porta Fidei”, escucharemos la respuesta: “La puerta de la fe, que introduce en la vida de comunión con Dios y permite la entrada en su Iglesia, está siempre abierta para nosotros”. Ese “nosotros”, con sus más y sus menos, resonante siempre en los corazones de los creyentes, somos todos; cada vez que con la mayor intensidad que anida en nuestro espíritu repetimos convencidos: “creo”. Ya lo expresó san Agustín: los creyentes “se fortalecen creyendo” (De ut. cred. 1, 2).
Tal como lo deseaba Benedicto XVI, el timón de la barca de la fe ha sido cedido, con una humildad digna de ensalzarse, a un siervo de Dios más joven y fuerte: el Papa Francisco. Elevemos al Señor nuestra oración para que arroje sobre él, pastor nuestro y Pontífice, sus más nobles bendiciones y, mediante ellas, sea capaz de seguir tendiendo puentes dialógicos entre las religiones del mundo y el mundo mismo.

 La fumata blanca se ha decantado, como por designio divino, a favor de Jorge Mario Bergoglio, encomendándole así la cruz de Cristo
La filosofía del valor
POR VÍCTOR MUNDO COXCA
          El pasado jueves 7 de marzo en el Auditorio de la sección 32 del SNTE en esta capital veracruzana, Carlos Cuauhtémoc Sánchez, escritor talentoso y de talla internacional,   impartió una conferencia magistral titulada: “Jóvenes fuertes en tiempos difíciles”.
Fue una verdadera sorpresa ver el inmenso público que atrajo este expositor, pues en la sala se dieron cita personas de muy variadas edades, desde jóvenes hasta adultos mayores, los cuales tenían un amplio conocimiento del autor así como de sus obras.
El escritor, en su conferencia,  permitió al público no sólo ver los problemas que atañen a la   juventud actual, además,  logró transmitir que dicha problemática afecta  sin distinguir edades, de tal modo que se convierte  en una verdadera crisis que daña a la sociedad en su conjunto; Carlos Cuauhtémoc expuso cuál es el fundamento de los vicios que generan esta crisis: poca adquisición de valores  debido al pesimismo, ocio y violencia, además de ello, propuso soluciones contenidas  en una auténtica filosofía del valor.
En la exposición del tema el autor de “Juventud en éxtasis”, planteó, de manera simbólica, centrándose en un árbol, tres fases que permiten reflexionar, aprender y compartir los valores: en la copa del árbol se encuentra la sociedad misma que se concatena con dos elementos primordiales: trabajo y economía, que dan posibilidades para una mejor calidad de vida; sin embargo, tal sociedad  espera nuestra respuesta crítica con el preciso y adecuado uso de nuestros valores; en el tronco, se encuentra esa salud física y mental que debemos tener para ejercerlos; finalmente, en la raíz, se halla la misma relación familiar, de pareja y espiritual, en donde se ve un campo fértil ya sea de valores o antivalores, la tarea ahora será discernir el mejor fruto, que sin duda será el valor, lo cierto es que la decisión “está en nuestras manos”. Fue así como de manera sintética y con sus debidos casos de vida, el expositor abarcó dicha conferencia, que sin duda alguna se vio abarrotada por un sinnúmero de aplausos.
Carlos Cuauhtémoc Sánchez consideró los valores como una prioridad fundamental del ser humano, que debe formarse a manera de escala en la vida cotidiana, es decir, habló de una filosofía de los valores y principios éticos que conducen una vida hacia la perfección misma, que aunado a elementos físicos, mentales y espirituales, no sólo destacan el papel “per natura” del humano, sino  que lo trascienden  con la perfección de nuestras  acciones, las cuales fijan nuestro caminar y el de aquellos que nos rodean.

ESTO YO NO LO SABÍA…
Papa aficionado
POR LUIS ALBERTO SORCIA MARTÍNEZ
          Francisco, el Papa de la humildad, según se dice en los medios de comunicación, a pesar de ser un hombre entregado a la oración, dedicado al trabajo pastoral y  a desempeñar los cargos que tenía a su mando en la Santa Sede. También es, como todo auténtico argentino, un apasionado simpatizante, del tango y el fútbol, aficionado del Club Atlético San Lorenzo de Almagro. 

… PERO AHORA YA LO SÉ.
FRASE DE LA SEMANA
“Empezamos este camino entre Obispo y pueblo”
  Francisco

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