E D I T O R I A L
Tantas voces
Estamos tan acostumbrados al ruido y escuchar a tantas voces y pensamientos, cada uno tan diferente, a veces contradictorios o extremos. En medio de este caos de ideas ¿a cuál de todas hacer caso?, ¿cómo saber cuál es la verdadera y conveniente? El respaldo para que estos pensamientos puedan tener un peso de credibilidad se puede basar en el nombre de quien lo dice, en su fama, en el cargo que ostenta, en los resultados de sus trabajos o simplemente por imposición. Es un deber de cada uno de nosotros el contar con herramientas necesarias para discernir si aquello que se nos propone es digno de seguirse o por el contrario, hacer caso omiso y alejarse. Se agradece cuando nos presentan lo que enaltece al género humano de una manera clara, organizada, verdadera y con sustento, pero cuidado cuando nos encontramos con argumentos manipuladores, quizá atractivos pero destructores.
I N T E R – N O S
Si es para bien
En la ciudad de Roma tienen el dicho que dice: “Si se muere el Papa, pues se elige otro Papa”, no hay problema. Se entiende que no hay que preocuparse pues todo tiene solución, de otra manera más espiritual se puede entender también que si bien las personas son los protagonistas en la historia de la Iglesia, es el Espíritu Santo quien dirige. Más que a un nombre, se sigue a Cristo. Si es para bien, adelante con la próxima elección papal.
Edición especial
Tanto se anunció que con el nuevo gobierno las cosas iban a cambiar. Y así fue, pero no se dijo si para bien o para mal. De los acontecimientos que han dado de qué hablar, no se sabe si reír o llorar: por un lado encarcelan a “perros comehombres”, por otro lado liberan a una francesa secuestradora, por un lado colocan a Acapulco como el centro turístico por excelencia, por otro es catalogada como la segunda ciudad más peligrosa del mundo. Si continuamos con la lista de sucesos tendría que sacar este periódico una edición especial.
Aguantarse un poco más
El malestar de quienes vivimos en la capital debido a los trabajos que se están realizando en las vías principales, ha producido el aumento de stress, malos humores y accidentes viales ante la desesperación de no avanzar y atascarse en el tráfico. Se ha anunciado la inversión de mil setecientos millones de pesos para el plan integral de movilidad urbana. Hasta no ver no creer, mientras tanto, armarse de paciencia y programar con mucha anterioridad el recorrido por las anárquicas calles de Xalapa.

¿Podía renunciar?

POR SERGIO PÉREZ PORTILLA

          Hubo gran incertidumbre, intranquilidad y sorpresa al inicio de esta semana, cuando se conoció la decisión que tomó Benedicto XVI, actual Papa de la Iglesia Católica: renunciar al ministerio de Obispo de Roma. A estas alturas, ya con tantas reflexiones y análisis, ya con las aguas más reposadas, es bueno hacer una observación sobre las dudas que quizá todavía ronden entre algunos creyentes.
La primera pregunta que hubo, sin contar la de si se trataba de una broma, fue ¿por qué renuncia? Obviamente no faltaron las muchas teorías conspiracionistas, los rumores sobre enfermedades, propuestas tan descabelladas como que si estaba siendo amenazado y otras tantas más. El sensacionalismo sigue vendiendo. Pero el mismo Sumo Pontífice ha dado su respuesta: renuncia porque, dada su edad, ya no cuenta con las fuerzas necesarias para ejercer adecuadamente ese ministerio (ministerio significa servicio, en primer lugar). Renuncia por amor a Dios y a su Iglesia, concretada en nosotros, porque ya no puede seguir dirigiéndonos como necesitamos. Eso fue la enseñanza de un grande: valor, humildad, rectitud, conciencia madura, espiritualidad, entre otras.
Pero de inmediato surgió otra pregunta para nada prescindible: ¿y puede renunciar? Y es que para nosotros un Papa debe estar hasta que se muera porque así ha parecido que es, de lo contrario sería como abandonar a Dios, a la Iglesia, a todos. Pero la realidad es distinta. Si bien el oficio de ser Papa es vitalicio, también está contemplado en el Código de Derecho Canónico (CIC), que es el conjunto de leyes que rigen a la Iglesia Católica, su principal instrumento legislativo, la renuncia del Sumo Pontífice. En primer lugar tenemos el canon 332, en su parágrafo 2, que dice así: “Si el Romano Pontífice renunciase a su oficio, se requiere para la validez que la renuncia sea libre y se manifieste formalmente, pero no que sea aceptada”. Es decir, no hay ningún problema para que un Papa renuncie siempre y cuando cumpla con esas dos cuestiones: que sea libre y que sea manifestado formalmente. Eso de no ser aceptada quiere decir que, a diferencia de los Obispos que, dada su renuncia, la misma debe ser aceptada por el Papa, éste no tiene a nadie a quien rendirle cuentas (salvo a Dios, claro), es su propio jefe, por así decirlo, y su renuncia no necesita ser aceptada por nadie más.
El mismo CIC, en su canon 187, menciona que “El que se halla en su sano juicio puede, con causa justa, renunciar a un oficio eclesiástico”, lo cual complementa lo dicho anteriormente: para dejar de presidir la Sede Apostólica, que este acto es en la Iglesia conocido  como un oficio, hacen falta dos condiciones: que sea un acto humano, es decir, libremente realizado tras un juicio de conciencia (y por tanto sea válido), y que haya una causa justa (para que sea lícito). La intervención hecha por el Papa durante el consistorio, esa lectura donde declara su renuncia, contiene todos los elementos necesarios para ser tomada como buena, pues declara que consciente y libremente toma esa decisión, con lo cual se hace válida, y tiene una causa justa, que es su edad y condición que le impiden desarrollar plenamente dicho oficio, con lo cual adquiere licitud.
En adelante todo seguirá como debe: el Papa regirá hasta las 8:00 pm (tiempo de Roma) del 28 de febrero, y luego vendrá el cónclave y tendremos un nuevo Obispo de Roma. Se dice que Joseph Ratzinger vivirá dedicado a la oración y quizá a su producción teológica en un monasterio dentro del Vaticano. El gran pequeño, el humilde que se agigantó, nos volvió a educar: para servir hay que hacerlo con entereza, desde las primeras filas, como lo hizo, o desde la oración, como lo hará. Todavía quedan caminos que recorrer, pasos que dar, frutos que vivir.


Contra el relativismo puro la hermenéutica analógica
POR LUIS ALBERTO SORCIA MARTÍNEZ
          La conferencia magistral que dictó, con  extraordinaria lucidez, el  filósofo y sacerdote mexicano Mauricio H. Beuchot Puente, oriundo de Torreón Coahuila, llevó por título  “La Hermenéutica Analógica”. Ésta se llevó a cabo el día miércoles seis de febrero del presente año en el auditorio de la sección de Humanidades de la Universidad Veracruzana. Donde se congregaron un número considerable de personas para escuchar atentos y reflexionar lo propuesto por dicho presentador, de quien se sabe, además de su vasto conocimiento en la filología, una erudición intelectual en dicho tema.
Con ameno e inigualable estilo hizo un recorrido histórico, donde plasmó que la hermenéutica ha estado siempre presente en los diversos sistemas filosóficos que, en el decurso histórico, complementan la historia de la Filosofía, también compartió la forma por medio de la cual llegó a esta propuesta de la analogía, como un elemento del cual no se puede prescindir en la interpretación de los textos, y como analogía no solo de ellos.
La hermenéutica, aseguró Beuchot, está presente desde los presocráticos, quienes intentan interpretar  filosóficamente los mitos, haciéndolo de manera más secular y menos religiosa; en la época clásica con Aristóteles y Platón, es tenida como el arte de una interpretación profunda de lenguaje. Más adelante, en la interpretación de  las Sagradas Escrituras, el helénico Filón busca diferentes sentidos de interpretación (literal, alegórico, etiológico y analógico); por otro lado, Orígenes deja a un lado la interpretación literaria y le da un lugar privilegiado al sentido  alegórico; ahora bien, como síntesis de la etapa medieval, San Agustín logra sacar lo más provechoso de la interpretación literal y del alegorismo. Tomás de Aquino, en el medioevo, intenta interpretar de manera literal, mientras que Buenaventura lo hace en un sentido simbólico-alegórico. Es en el Renacimiento donde se traba la pugna entre lo literal y alegórico; la extensión de  la hermenéutica se dio en el Barroco, que acepta los diversos tipos de interpretación pero al mismo tiempo los delimita. Contrario a las etapas ya mencionas, en la modernidad, la hermenéutica pierde terreno, pues todo se inclina al sentido literal, a la univocidad. Los románticos se oponen a la univocidad del positivismo y cientificismo, pero caen en otro extremo, en el relativismo, es decir, en la equivocidad. Beuchot Puente terminó este recorrido histórico, de la hermenéutica, mencionando que existen filósofos modernos que también la han utilizado, tal es el caso de Heidegger y Gadamer, aunque lo han hecho de manera relativista o equivocista.
Agregó el filólogo que su propuesta de la hermenéutica analógica, parte del hecho de que, en todo el recorrido de la historia de la Filosofía se han cometido muchas exageraciones en la interpretación: por un lado la hermenéutica unívoca, que abundó en la modernidad, sólo acepta una interpretación clara, válida, definitiva y que deja de lado otras posibles interpretaciones, y como antítesis de ésta el equivocismo, presente en la postmodernidad para el cual todas las interpretaciones son válidas, dando lugar así al relativismo puro.
“Para evitar todo este tipo de exageraciones es necesaria una hermenéutica analógica, que acepta más de una interpretación como válida, en contra de la unívoca -pero no muchas indiscriminadamente en contra de la equivoca-” y agregó que las interpretaciones válidas están ordenadas jerárquicamente de la mejor a la peor, así hasta llegar a las falsas.
Sostuvo que esta propuesta es aplicable a las ciencias de humanidades pues, en su mayoría, las interpretaciones que se hacen son en referencia de textos. Por tanto, y por poner un ejemplo, un contador no puede aplicar la hermenéutica analógica a los balances que él realiza ya que los resultados de estos deben ser exactos (unívocos).
Fue así como después de aclarar dudas muy atinadas y de escuchar plausibles comentarios, con la ovación  del público, el autor de más de una veintena de libros relacionados con este tema, se despidió de los presentes, dejando un muy grato sabor de boca en los mismos,  a quienes pudo saludar en su mayoría e incluso estampar su firma en algunos libros que los presentes le llevaron.
El holandés errante

POR JUAN PABLO ROJAS TEXON

El 30 de julio de 1881, en la carta que escribe a Fr. Overbeck, uno de sus más íntimos amigos, Nietzsche confiesa: “Estoy asombrado, encantado… casi no conocía a Spinoza; si acabo de experimentar su necesidad es por efecto de un acto ‘instintivo’…”. Tal es el enardecimiento con que irrumpen y envuelven las consideraciones más postreras y casi místicas de Baruch de Spinoza. Su intelecto es germen de un asombroso sistema conceptual, trabajado con una paciencia parecida a la eternidad y con miras a la consolidación axiomática de la idea de conjunto como unidad de las partes. Su espíritu, en cambio, es ferviente emanación afectiva que abraza e ilumina, arrebata y sacude, conmueve e inspira; un torbellino desenfrenado que se gesta en el fondo del ser e, impetuoso, se asoma a la superficie arrasándolo todo a su paso.
Sin duda alguna vivió de manera coherente; como en los hombres más íntegros y comprometidos, ideología y conducta forjan en él una alianza indestructible, plena de vocación y esperanza. Pero –caso curioso e irónico– ni siquiera eso le salvó del anatema. Claro que para un muchacho de veinticuatro años (edad en la que rondaba Spinoza cuando le fue impuesta su condena), por encima de todo brillante y en quien habían sido depositadas las ilusiones de la sinagoga desde muy pequeño, el mayor pecado consistió en resistirse ante el rabino a desdecir sus ideas, señaladas entonces como heterodoxas y revolucionarias. Pues con el frenesí de un alma que, ávida de emancipación, está dispuesta a abrirse paso en el nada fácil camino del retiro y del librepensamiento, Spinoza, en vez de abjurar, redacta una defensa en la que se mantiene firme a sus convicciones. Así, es excomulgado y destituido de la comunidad judía y, por si fuera poco, víctima de un intento de homicidio por parte de un fanático religioso.
Luego de haber pertenecido a una rica familia de comerciantes, padece en carne propia los brutales azotes de la ruina económica, pero a cambio respira los aromáticos laureles de la que años más tarde Kant denominará “autonomía de la razón”. A partir de ese momento, humildad, pobreza y castidad son las virtudes que norman su diario vivir. De tan altos vuelos era el proyecto práctico de Spinoza que los primeros parágrafos del “Tratado sobre la reforma del entendimiento”, un opúsculo inconcluso que sólo vio la luz como obra póstuma, constituyen una denuncia de los honores, las riquezas y del deseo sexual; a saber, de cuanto los hombres ordinarios erróneamente consideran bienes supremos.
Resuelto a descubrir un bien verdadero cuyo hallazgo y adquisición le permitiera gozar de una vez y para siempre de una alegría absoluta, emprende un “itinerario espiritual” por el cual transitará sin desvíos hasta el fin de su existencia. Mas sabemos que una mente tan aguda como la suya, aún en estrecha comunión con un estilo de vida frugal y sin mayores pertenencias que una selecta biblioteca de ciento sesenta libros, no puede mantenerse al margen de los problemas del mundo. ¿Por qué los hombres son tan abismalmente irracionales y por qué están tan conformes con su esclavitud?, ¿por qué la religión que convoca al amor y a la alegría es la misma que promueve las guerras, el odio, la tristeza?, son algunas de las cuestiones que resonaron en su cabeza hasta aquel 21 de febrero en que acaeció su muerte.
No cabe duda que Baruch de Spinoza es uno de esos excepcionales paradigmas de enardecida consagración al pensamiento. Por una parte, puede vérsele como el “scrupulus” de la sociedad holandesa, la piedra en el zapato de políticos y religiosos, un extranjero en su propio país. Por otra, sin embargo, vale reconocerlo como el filósofo que contempló la vida a través de la lente más grande que fue capaz de pulir. Quizás por eso, tanto en su expresión más simple como en la más compleja, vio en ella a Dios como substancia y como naturaleza.

ESTO YO NO LO SABÍA…
¿Qué pensaba Benedicto XVI?
POR SALVADOR DOMÍNGUEZ LÓPEZ
Ante la pregunta de Peter Seewald en el libro Luz del Mundo, ¿puede pensarse en una situación en la que usted considere apropiada una renuncia del Papa? Benedicto XVI respondió: puede ser que un Papa renuncie si llega a reconocer con claridad que física, psíquica y mentalmente no puede ya con el cargo de su oficio, tiene el derecho y, en ciertas circunstancias también el deber de hacerlo.

… PERO AHORA YA LO SÉ.
FRASE DE LA SEMANA
“Soy un simple y humilde trabajador de la viña del Señor”
  Benedicto XVI 

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