Domingo 04 de abril de 2010



¡Hasta la vista Muerte!

por CASAS






E D I T O R I A L


De los misterios de Dios
A muchos les cuesta –y con toda razón- entender los misterios de Dios. Todo lo que se refiere a la Semana Santa es un drama completamente misterioso. El profeta celebrado y aclamado es ahora vilipendiado y ofendido y condenado hasta la muerte de cruz, a la cual no opone resistencia. La conciencia de la Iglesia descubrió poco a poco que este Hijo obediente hasta la muerte y muerte de cruz –este nuevo Adán- era el mismo Dios que había venido para salvación de toda la humanidad. Y así se explica la resurrección. Dios Padre glorifica a Aquél que en lugar de todos nosotros se ha ofrecido como víctima propiciatoria por los pecados del mundo. El dramatismo de los cambios es enorme pero más cuando con la fe se ve en Jesucristo al mismo Dios que sufre y muere en lugar del hombre. ¡Los misterios de Dios! No estamos para explicarlos, pero sí abrimos el corazón para que nos lleguen muy dentro. Es Dios mismo quien ha venido a salvarnos.

C O N C I L I Á B U L O

Toda la noche
Numerosos grupos de los llamados Catecúmenos han pasado la noche en oración y vigilia para celebrar la resurrección del Señor. Esos grupos que están en completa comunión con la Iglesia universal tienen sus particularidades especiales, y una de ellas es esta: celebrar la resurrección toda la noche. Ahora que nosotros leemos el periódico ellos quizá están durmiendo luego de haber festejado tan piadosamente la resurrección del Señor.

Los símbolos
Dos son los símbolos principales de la noche de Pascua: el agua y la luz. El agua nos recuerda el bautismo y, precisamente en esta noche, se hizo la renovación de las promesas bautismales. Y la luz del cirio representa a Jesucristo, que vive y que no muere jamás, cuya luz ilumina las oscuridades y a veces las verdaderas tinieblas de nuestra existencia. El agua se riega por toda la casa y la luz se lleva en procesión hasta los hogares para que estos símbolos penetren en nuestro corazón.

¿Cuándo comenzó la crisis?
En un artículo publicado en Zenit se pregunta el autor, ¿cuándo comenzó la crisis que parece envolver a todo el occidente? Una cosa notable de este estudio es que distinguen con los sociólogos las tres B: Believing (creer), Belonging (pertenecer) y Behaving (comportarse), y dice que lo que más parece haber entrado en decadencia a partir de los años sesenta no es tanto la primera B, o sea el Believing, ni tampoco la segunda B, o sea, el Belonging, sino la tercera: el Behaving. Porque la conducta de los cristianos se ha alejado cada vez más de las enseñanzas de la Iglesia. De todos modos no hay que desesperar. En el pasado hubo cosas muy graves que parecían incurables -como la esclavitud- y finalmente fueron abolidas. Se puede pensar que así sucederá con el aborto y otras cosas que en realidad son abominables.

El lobby del New York times
En alguna parte hemos leído que en el New York Times existe un verdadero lobby contra la Iglesia y en concreto, contra el Papa Benedicto XVI. Un lobby es “un grupo de personas que intentan influir en las decisiones del poder ejecutivo o legislativo en favor de determinados intereses”. Nos da pena porque también los periódicos van adquiriendo seriedad y nobleza a medida que respetan siempre la verdad y la objetividad. Un periódico se vuelve despreciable si publica bulos, o sea, noticias falsas propaladas con algún fin, sin rectificar con toda honestidad, como debe hacerse cuando uno se equivoca de buena fe.


La resurrección de la esperanza

POR SERGIO PÉREZ PORTILLA


El campesino siembra porque tiene la esperanza cierta de que la semilla, misteriosa, humilde, constantemente, crecerá y, al cabo del tiempo justo, dará fruto precioso. Su esperanza no es ya en sí la realidad, pero sí es una realidad, es una certeza que nace de adhesión a una verdad: la semilla tiene dentro de su ser la abundancia.
La muerte de Jesucristo ha sido como sembrar la semilla. Su resurrección ha sido el fruto abundante y precioso de la salvación ofrecida a todos los hombres. Mediaron tres días. Sin ser una interpretación oficial, pensemos que son el símbolo del pasado, del presente y del futuro, es decir, digamos que hablan del tiempo. Así, después del futuro está el no-tiempo, la eternidad. Así, después del tercer día, Jesucristo, elevado ya no en la cruz sino en la gloria, ha entrado en la eternidad, en el no-tiempo y el no-espacio, su cuerpo ha dejado atrás todo límite y toda imperfección propios de la naturaleza humana en cuanto a lo que es y con respecto a lo que está llamada a ser, llegando a ser un cuerpo perfecto en una naturaleza perfecta.
Nosotros, en cambio, seguimos en medio de los tres días, en medio de los días en el sepulcro, que no es el cuerpo, como se pensaba antaño. Ya se superó esa concepción en la que el cuerpo era malo y lo único importante era lo espiritual, no, ya hemos caído en la cuenta de que somos esa unidad hermosa entre cuerpo y alma. El sepulcro es más bien una atadura a todo aquello que nos oprime, social, económica, políticamente y, de vez en cuando, de las erróneas interpretaciones acerca de las creencias religiosas. Seguimos viviendo en una cierta oscuridad que, unas veces más, otras menos, nos hace cuestionar si vale la pena tener esperanza en esta vida y en una vida posterior a la actual. Acostumbrados a vivir al día, pensar en lo demás puede parecer ocioso o, en palabras muy nuestras, ser algo no productivo.
Seguir encerrados entre rocas y rodeados de la oscuridad nos hace sentir tanta fragilidad que llegamos a pensar que sucumbiremos sin más. Pero la roca de la entrada se ha removido, para que todos, al igual que Pedro, Magdalena o el otro discípulo, nos asomemos para salir de una vez por todas. Entrar con ellos en el sepulcro para dejar ahí todo aquello que nos limita y nos ata, justo junto a los lienzos y al sudario, y salir a la luz, salir a la nueva dimensión que la resurrección de Cristo ha hecho posible.
La esperanza también fue encerrada, la esperanza también fue atada, la esperanza necesita también resucitar. Nuestra esperanza necesita resucitar. La resurrección es la esperanza misma de los cristianos, pero a la vez la esperanza necesita creer, necesita sentirse amada, necesita amar. Celebrar la resurrección de Cristo es a la vez adherirse, como el campesino, a una certeza fundada en la verdad: si Él ha resucitado, también nosotros lo haremos si permanecemos junto a Él. Esa es nuestra esperanza, esa es nuestra certeza.


Volver la mirada hacia la altura de nuestra existencia


POR ANTONIO OVANDO CIGARROA


Con frecuencia escuchamos que los tiempos que transcurren plantean nuevos desafíos a propósito de los cambios tan acelerados que ha supuesto el optimismo de la conquista técnica y científica. Incluso, podemos constatar, cómo la absolutización de la técnica, pretende introducirse en todos los ámbitos de la vida haciendo aparecer como relativa y superada la dimensión moral y religiosa del hombre. Pese a que se profesa una decadencia objetiva de los valores, en cuanto puntos de referencia, estimables en sí mismos, que orientan y motivan el actuar que más a conviene nuestra realización y vida feliz, al parecer, no logramos desaprisionarnos de la estrechez que supone la falsa utopía mesiánica del binomio ciencia y praxis, como gran promesa del progreso.
No son pocos los que se muestran cautivados por el gran potencial del poder y quehacer de que ha mostrado ser capaz el hombre. Asistimos con gran admiración a la conquista de grandes logros y avances que conducen a bajar muchas miradas del cielo para anclarlas en la tierra, en el más acá intramundano. La apariencia de verdad contenida en el optimismo de conformar una sociedad secular ajena a cualquier presupuesto religioso cobra cada vez mayor fuerza, que muchas consciencias, en otro tiempo de gran nobleza espiritual, han decidido pactar con la lógica de este mundo. Todo esto nos lleva a entresacar una serie de planteamientos cruciales y desafiantes: ¿qué es lo que mueve a la humanidad?, ¿hacia dónde vamos?, ¿qué esperamos?
Las interrogantes anteriores nos conducen a reparar sobre el porqué de esta suma de esfuerzos y del empeño cada vez mayor de arraigarnos al más acá; es decir, qué es lo que subyace como trasfondo de esta pretensión. En otras palabras, en el horizonte de una humanidad entre sombras, en donde a la negación del bien se le ha concedido el título de derecho, qué es lo que autoriza detentar con legitimidad un mejor porvenir y un futuro factibilizado como ideal. Acaso se puede hablar de una verdadera esperanza como respuesta a las inquietudes más acuciantes de la existencia humana, a lo propiamente humano. No será que el deseo de un mundo mejor, sin concurso de ninguna instancia heterónoma, manifiesta o permite atisbar el anhelo inextinguible de la fuerza del bien y la sed de lo eterno inscrito en lo más profundo de nuestro ser.
Resulta difícil sostener una esperanza intramundana cuando a todas luces se evidencia la ineficacia de su pretensión. El diagnóstico sintomático de nuestra sociedad contrasta con el optimismo ideológico de la fe en el progreso: desde el deterioro mismo de nuestro hábitat natural hasta el temor infranqueable de la muerte, que tanto atormenta a los hombres, y que, al parecer, defrauda sus más grandes aspiraciones cuando se ha reducido la vida al ínterin de este mundo. El grito desesperado de una humanidad lacerada por los falsos mesianismos oprimentes reclama el anhelo de lo totalmente distinto. Y es que la esperanza ha de apuntar siempre hacia la conformación de un futuro mejor, a un estado consumado de realización, consistencia y felicidad. Pero no como si se tratase de alcanzar el éxito, la conquista o el triunfo de nuestros propios planes y deseos en donde nosotros mismos abanderamos el protagonismo ciego de la historia, en el que en realidad no hay nada que esperar, puesto que lo que esperamos debemos hacerlo nosotros mismos y no se nos da nada más allá de nuestro propio poder (Cfr. Ratzinger Joseph, Mirar a Cristo, 2005). Esta es la verdad atroz que defrauda y frustra todo intento de instaurar una sociedad autónoma cuando se anula la verdad esencial del hombre y del mundo: estamos llamados a abrirnos hacia un verdadero futuro más allá de la misma muerte, sin hacer a un lado el compromiso con nuestro estar aquí. Más aún, la motivación legítima que proviene de la fe, como dato razonable, no destruye nuestro actuar y no lo hace superfluo, sino que le confiere su justa forma, su lugar y su libertad. Quien espera debe levantar la cabeza, girando hacia lo alto sus pensamientos… (Buenaventura, Sermón XVI, Dominica I Adv., Opera IX 40a), hacia el totalmente Otro, percibiendo más verazmente todas las dimensiones de la realidad. Buscar nuestro mayor anhelo, incluso, dentro de la misma inmensidad cósmica, es tanto como conformarnos con un pequeño oasis en medio del desierto en comparación con el inmenso océano que supone el acceso a la fuente inagotable de vida y de felicidad que nos anuncia y promete la esperanza cristiana.


FRASE DE LA SEMANA:


“No dejes que se muera el sol sin que hayan muerto tus rencores”.


Mahatma Gandhi

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