EDITORIAL

Los santos nuestros hermanos

Sabemos que a algunos no les gusta el culto de los santos y la veneración que en la Iglesia Católica se les tiene. Es cierto que muchas veces la gente exagera y un santo patrono o un santo de la especial devoción de algunos fieles por algún motivo –san Judas Tadeo, etc., – suele ocupar un lugar central que de ninguna manera le corresponde, porque el único santo, el “Santo de los Santos” es solamente Jesucristo nuestro salvador. Pero todos los santos son nuestros amigos y hermanos que se nos han adelantado con la señal de la fe y que nos dan el ejemplo para seguir adelante. Muchas personas confunden el día primero que es la fiesta de Todos los Santos con el día 2 que es la conmemoración de los Fieles Difuntos. Hay que hacer bien la diferencia. Los santos están en la gloria de Dios y pueden interceder por nosotros. Nuestros difuntos, que murieron con la fe en la resurrección ignoramos si ya han llegado a la luz de Dios y rezamos por ellos. En México tenemos una grande veneración también por los difuntos y se manifiesta de manera especial en estos días. Los misioneros vieron esto y consideraron que podía entrar dentro de la fe cristiana, así que no hay que hacer aspavientos ni andar con remilgos.
Andando entre mexicanos.
por Casas

C O N C I L I Á B U L O

Fausto Rico Álvarez

El miércoles 14 de octubre en la ciudad de México, en el aula magna de la Universidad Panamericana, se echó a andar la fundación Fausto Rico Álvarez. ¿Quién es Fausto Rico Álvarez? Es un notario muy estimado en la Ciudad de México y gran amigo de nuestro Seminario del que fue alumno. Exdirector de la Escuela Libre de Derecho y profesor de la Universidad Panamericana, autor de varios libros. Una vez se le oyó decir: “lo más grande que me enseñó el Seminario es a saber distinguir. En todos los problemas por más complicados que sean lo importante es distinguir”. Nos alegra muchísimo el homenaje que los grandes notarios y abogados de México tributaron a Fausto Rico Álvarez.

La muerte del padre Bonilla

Murió el padre Carlos Bonilla, a quien muchos llamaron el cura rebelde o el cura guerrillero. Se distinguió por su pasión en la lucha por el bien de los cañeros en Carlos A. Carrillo y también, por desgracia, por su desobediencia al obispo y la terquedad de sus posturas. ¡Descanse en Paz el padre Carlos Bonilla! En los últimos meses lo vimos muy sereno en Xalapa trabajando en algún puesto del gobierno.
Un nuevo libro sobre Ratzinger

Tenemos casi todos los libros que se han escrito sobre el nuevo Papa. Pero nos faltaba este de John L. Allen Jr., Benedicto XVI, publicado en Diana, México, 2006. Un libro bueno de verdad. El autor ha sido corresponsal del National Catholic Reporter y analista del vaticano para CNN y National Public Radio. No creíamos que tuviera tanta capacidad de análisis porque en general estos libros se suelen presentar con sensacionalismo disque para saber los secretos del cónclave o las no conocidas intenciones de importantes personajes de la Iglesia. Pero es un libro serio, bien hecho.
Nuestros muertos

Nos unimos a todo el pueblo en la conmemoración de los fieles difuntos y más todavía en la glorificación de los santos del cielo. Sabemos que los misioneros vieron que nuestro pueblo honraba a los difuntos casi como los chinos y toleraron todo esto dándole el sentido de fe en la vida futura y esperanza en la resurrección. Así lo entendemos nosotros y así lo aprobamos.
¡Felicidades!El pasado 30 de octubre en el Seminario Arquidiocesano de Xalapa se celebró una Eucaristía con motivo del aniversario sacerdotal y cumpleaños de monseñor Sergio Obeso Rivera. A quien le deseamos la paz y el bienestar para su vida y ministerio sacerdotal.



Copal y cempasúchil
por Ignacio Lagunes Carrera

En México, los dos primeros días de noviembre están acompañados de festividad y memoria. Ser mexicano quizá implique tradición y es porque en nuestro país no hay lugar que no esté marcado por una expresión peculiar de sus costumbres. Siempre hay celebración; hay algo que recordar: México es un pueblo que tiene memoria, sin importar las características de ésta.
El día 2 de noviembre, los mexicanos celebramos el tradicional día de muertos. Quizá ya sea conocida en mucho la historia de esta celebración; interesa, pues, el hecho actual y siempre nuevo que estamos viviendo otra vez. El mexicano se olvidará del trabajo, de la crisis económica, de los problemas, de la escuela, incluso hará a un lado la influenza; pero no olvidará recordar a quienes fueran sus seres queridos. No importa gastar dinero, tiempo o hacer un largo viaje; lo importante para la mayoría de los habitantes de este país es recordar a quienes ya no están con ellos. Desde la ciudad más grande hasta la ranchería más remota y olvidada, se extenderá un vestido de flor cempasúchil y se respirará el perfume del copal y del incienso. Este ritual festivo no se reduce a clase o posición social, ni mucho menos a una situación geográfica, México entero hará memoria y recordará a sus difuntos.
Pero, es cierto que nadie se alegra por la muerte; ni la del ser querido ni mucho menos la propia. Todos se dan cuenta que la muerte causa miedo y temor: se ve como un peligro y como el peor de los males. Nadie quiere morir, pocos hablan de la muerte y muchos al referirse a ella lo hacen sarcásticamente. El mexicano, especialista en buen humor, compone las tradicionales calaveras y habla de la muerte con cierta mofa; se puede pensar que es ésta la manera de olvidarse del peligro que le asecha y que cada vez se hace cercano. Lo anterior nos muestra, sin lugar al error, que en esta fiesta no se celebra a la muerte. El altar, lleno de simbología y rito, es una expresión afirmativa de la vida. Los colores, las flores, la comida, el aroma son realidades que indican naturaleza, vitalidad y trascendencia.
Las familias celebran y agradecen la vida pasada, los gratos momentos, las experiencias inolvidables. Recuerdan los gustos de sus familiares: no falta el dulce de calabaza, el sabroso mole, las frutas jugosas de temporada, los tamales; incluso, no se olvida ni el torito ni el mezcal o cualquier bebida preparada con un toque de alcohol. Aunque llamemos día de muertos a esta conmemoración, no nos sumergimos en la penosa realidad de la muerte, antes bien cabe en el hombre una perspectiva de esperanza y éste asume la propia vida como una oportunidad para trascender, pues ésta a pesar de la muerte, vale la pena vivirse de la mejor manera.



Los que duermen ya el sueño de la paz
por César Romero Galán

En el Cristianismo siempre se ha tenido la clara conciencia de que con la muerte física del ser humano no se termina toda la historia, sino que se inicia una nueva etapa en ella; una etapa que es considerada definitiva.
Esta creencia ha quedado plasmada desde el inicio de la Iglesia de diversas maneras: en los ritos fúnebres, los lugares de sepultura, el arte y en la liturgia.
Así, a los lugares de sepultura se les dio el nombre de “cementerio”, palabra que viene del griego y significa “dormitorio” o “lugar de reposo”, dando a entender que es un lugar de tránsito y que quienes están allí sólo duermen, en espera de despertar a la vida eterna.
En los ritos fúnebres se acostumbrada lavar los cuerpos, vestirlos elegantemente y ponerlos en un lecho, así eran transportados hasta el lugar de su sepultura, donde esperan que el Señor los llame de nuevo la vida.
Y lo que más indica esta creencia es, sin duda, la celebración litúrgica, pues se recuerda ese principio que la rige desde antiguo: celebramos lo que creemos, creemos lo que celebramos. Si creemos en la vida, la celebramos; la celebramos porque creemos en ella.
De estas celebraciones señalamos tres cosas: Primero, los recuerdos de los difuntos. Se solía celebrar, como hoy, los días 3, 7, 9, 30 ó 40 del fallecimiento, con una Misa y un banquete. Esta celebración está ligada a la creencia antigua de la gestación del feto humano, que coincidiría con la descomposición del mismo. Este recuerdo se extendía posteriormente al aniversario de cada difunto y a un día en especial para recordarlos a todos, que variaba en cada lugar. Segundo, en la parte más antigua de la Iglesia se celebraba la Misa el día tercero, en recuerdo de la Resurrección del Señor, y el día del aniversario. En la Misa cotidiana no se hacia el recuerdo de los difuntos, sino que el llamado “memento” se hacia dentro de las oraciones fúnebres propias del sepelio. Es hacia el siglo IV cuando se integra propiamente. Y en tercer lugar, todas estas celebraciones litúrgicas siempre terminaban con un banquete, el cual se celebraba cerca de la tumba del difunto. Este banquete era el “ágape” acostumbrado entre los fieles y no tenía ningún sentido pagano de que el muerto comiera con ellos. Era el signo del Banquete eterno, en el cual participarán todos, los que aún están en vida como los que ya duermen en Cristo.
En la liturgia eucarística actual conservamos el llamado “memento” o recuerdo de los difuntos, que data de esos tiempos. Sabemos que el Canon Romano – Plegaria I- es la más antigua de la Iglesia Romana, y en ella se ora por quienes “nos han precedido con el signo de la fe y duermen ya el sueño de la paz”. Oración que pertenecía al rito fúnebre y pasó a la liturgia, en la cual se une precisamente la iniciación cristiana con la salvación eterna. En la segunda plegaria se pide, de manera igual, por los “que se durmieron en la esperanza de la resurrección”. En ambas se expresa claramente que para el cristiano la muerte es un “sueño”, del cual se espera despertar para continuar viviendo.
Sin embargo, la Iglesia, siendo consciente que es “Sal de la tierra y luz del mundo”, no sólo pide por sus fieles (“nuestros hermanos difuntos”), sino recuerda también a todos los hombres (“cuantos murieron en tu amistad”, “los que han muerto en tu misericordia”, “a cuantos descansan en Cristo”); pues Cristo murió por todos los hombres y sólo Él sabe quiénes son dignos de dormir el sueño de los justos y despertar al gozo de su Señor. Expresión máxima de la catolicidad de la Iglesia.

Comentario, a propósito de la ecología
por Aristeo Rivas Andrade

En el libro Aura Sol y Viento, publicado por el presbítero Joaquín Dauzón Montero, nos es grato encontrar que, aunque está de moda la ecología, la defensa que hace de la naturaleza lo acerca más a la prédica bienhechora de Francisco de Asís, cuando le da voz a los bosques, al viento, a los ríos y a las aves de los rumbos de Tuzamapan, Jalcomulco, Otates, Actopan, La Antigua y Veracruz.
En una prosa evocadora teje, borda y pinta claramente el paisaje regional; expresa su protesta por el maltrato un tanto ingenuo de los niños hacia sus apreciados auras que planean con elegancia bajo el cielo; y dice su insatisfacción por la conducta del hombre quien no obstante que tiene las alas del pensamiento, se pierde del Todo al ignorar lo que se supone habría de conocer más palpablemente cómo son las cosas, tanto las del alma como las materiales que habitualmente le rodean.
Pero lo substancial de estas páginas, no reside solamente en la descripción poética sino en la trascendencia del Mensaje de amar y vivir para los otros, mismo que llega con el lenguaje del espíritu cuando el viento muestra y hace sentir los dones que el gran Diseñador ha prodigado al mundo y a sus habitantes no importa su racionalidad o especie.
En el epílogo invita a utilizar los sentidos para con sabiduría gozar de la ternura y la dulzura para estar siempre unidos y llegar al universo de la luz. Esperamos que otras reflexiones del autor no se queden en el tintero y podamos tener el gusto de leerlas.



“Si la muerte no fuera el preludio a otra vida, la vida presente sería una burla cruel”
Mahatma Gandhi

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