UNA RELIGIOSA "AFORTUNADA"

(I parte)

POR ALBERTO SERRANO LARIOS 

Poco se conoce de la vida de santa Josefina, mejor conocida como Bakhita, que significa, “Afortunada”. Esta santa fue llevada a los altares por el Papa Juan Pablo II. Nacida en Darfur, Sudán alrededor del año 1869. Cuando tenía cerca de nueve años, fue raptada por dos extranjeros traficantes de esclavos, y tan fuerte fue su impresión por los golpes que recibió, que olvidó su nombre y el lugar en donde había nacido. Estos le pusieron el apodo de Bakhita, sin saber lo que dicho sobre-nombre iba a significar en la vida de esta niña. “El nombre de Bakhita -como la habían llamado sus secuestradores- significa Afortunada, y así fue efectivamente, gracias al Dios de todo consuelo, que la llevaba siempre como de la mano y caminaba junto a ella”, explicó Juan Pablo II en la homilía de la misa de beatificación. 

Por ser una esclava, fue vendida a cinco distintos amos en el mercado de Sudán. En una ocasión intentó escapar pero no lo logró. Con el cuarto amo que tuvo, conoció el desprecio, el sufrimiento, la humillación, las agresiones físicas y psicológicas que en ese tiempo era lo que un esclavo solo se merecía; recibía constantemente azotes tan crueles hasta el grado de hacerla sangrar. 


Todos los esclavos de ese tiempo recibían una marca en el cuerpo, un signo de que pertenecían a alguien. A Bakhita le pusieron un tatuaje en la espalda que consistió en 114 incisiones. “Sentía que iba a morir en cualquier momento, en especial cuando me colocaban la sal y me restregaban las heridas en carne viva. Literalmente bañadas en mi sangre, me colocaron en una estera de paja, donde quedé varias horas, totalmente inconsciente. Cuando desperté, vi a mi lado dos compañeras de destino que también terminaron siendo tatuadas. Durante más de un mes estuvimos condenadas a estar echadas, sin movernos, sin ni siquiera un paño para limpiar el pus y la sangre de las heridas”, relata en su autobiografía. 

En 1882, Callisto Legnani, un mercader italiano, compró a Bakhita y se la llevó a Venecia. Ella relata cómo con este nuevo amo comenzó a vivir de una manera más armoniosa, sin golpes ni malos tratos: “Esta vez fui realmente afortuna, porque el nuevo patrón era un hombre bueno y me gustaba. No fui maltratada ni humillada algo que me parecía completamente irreal, pudiendo llegar incluso a sentirme en paz y tranquilidad”.
Posteriormente, en ese ambiente armonioso, “Bakhita llegó a conocer a un “dueño” totalmente diferente -que llamó “Paron” en dialecto veneciano que ahora había aprendido-, al Dios vivo”, expresa Benedicto XVI en su encíclica Spe Salvi”. A partir de aquí, su vida da un giro hacia otro rumbo.

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